(Lo que
conté en las II Jornadas de Lit Infantil y Juvenil organizado por la Biblioteca
Pública de las Misiones – Posadas/Misiones)
Vengo de la
música, después me pasé a las letras, y después hacer libros para chicos me
conectó con ese otro leguaje enorme, enorme: la imagen.
Vivimos en
un mundo plagado de imágenes, cada vez más, y hacemos libros para chicos, los
chicos de ahora, que manejan mucho mejor que nosotros ese lenguaje. Andamos
metidos en una pantalla, cualquiera. La potencia de la imagen nos devora, vivimos
sumergidos en ese lenguaje, nos guste o no. Entonces pienso en la imagen como
una aliada, y me pregunto: ¿no es junto a la imagen que podemos acercar a los
chicos a los libros?
Un chico no
lector o primerísimo lector puede, a través de la imagen tener ideas y sensaciones,
es una transmisión inmediata, y además, si tiene la suerte de que alguien le
lea, también tendrá la musicalidad de la palabra. Un chico mira, observa y
escucha, mucho antes de poder hablar, y va construyendo así su mundo, hasta que
toda la decodificación que necesita la palabra escrita y leída se le arma en la
cabeza y puede expresarse y leer, pero antes, el mundo le entró por sensaciones,
sonidos e imágenes.
¿Vamos a
perdernos ese lenguaje a la hora de acercar a un bebé, a los más chiquitos, a
los libros?
Me dijeron
que los libros muy ilustrados o libros álbum también son una gran herramienta
para alfabetizar a los más grandes… ¿Vamos a dejar de lado esa herramienta? Incluso
…¿Vamos a perdernos, los adultos, ese libro lleno de imágenes que también nos
encanta?
Si los
escritores que hacemos libros para chicos no logramos entrar en el lenguaje
visual -y dentro del “lenguaje visual” meto al diseño- nos estamos perdiendo de
mucho. Nos estamos perdiendo una forma de comunicación enorme y hermosa.
Ese es el
desafío, hacer conjugar lo mejor posible esos tres lenguajes.
Una vez,
hablando con un editor de libros para chicos, me dio a entender que él
priorizaba el texto, que los dibujos mucho no le importaban. Yo le dije: te
equivocás, no ves una parte muy importante del asunto si vas a tratar con
pibes.
Puede ser
libro álbum o puede ser libro ilustrado, pero de cualquier forma tenés que ser
hábil para encontrar ese ilustrador que diga y cuente con vos, que alimente esa
historia. Los ilustradores son nuestros ojos en esa historia y el diseño del
libro, es lo que va a contener, va a elegir cómo, mostrar todo eso.
No me parece importante la disyuntiva entre
libro álbum o libro ilustrado, pensaría sí, al libro, como una obra integral,
donde ilustración, texto y diseño se aportan entre sí y corren por
diferentes carriles, en paralelo, alimentándose mutuamente.
Ya sabemos:
hay buenos textos con ilustraciones horribles, hay ilustraciones increíbles con
textos pobres, hay libros con texto e ilustraciones muy buenas, pero de diseños
que no invitan para nada a la lectura.
El desafío es entonces hacer conjugar lo mejor
posible esas tres pilares, la arquitectura que se arma entre los tres es lo que
va a sostener al libro como un todo.
¿Qué
ilustrador elegimos para que cuente con nosotros esa historia? Me hago esa
pregunta todo el tiempo. Busco ilustradores, miro por fb, internet, trato de ir
a muestras. Y también, hay algo fortuito. Hay textos míos que yo les ofrecí a
ilustradores muy diferentes, y hubieran salido otros libros, muy distintos, si no
hubieran sido los que fueron. Una historia puede cambiar mucho de un ilustrador
a otro.
Un escritor
que va a hacer un libro muy ilustrado, debería tener al menos una idea del tipo
de ilustración que imagina para su historia. Una idea mínima: ¿ilustración
barroca, con mucho fondo y colores? ¿una imagen de línea? ¿que
maneje el humor? ¿tierno? .. por decir algo. Personalmente cada vez más, elijo
imágenes de línea y fondos blancos, también padezco la contaminación visual,
entonces cada vez más me gusta lo reposado en los libros, lo más sintético
para textos cortos, que es lo que mayormente hago.
Voy
trabajando con ilustradores a quienes admiro, pero además, con los que amo
trabajar, porque todo fluye, nos llevamos bien, nos entendemos y es
enriquecedor para ambos. Es una manera de cuidar el trabajo y definitivamente
se ve en el resultado final: el libro. Se nota cuando escritor e ilustrador trabajaron
juntos y cuándo no. Yo elegí esta forma
de hacer libros y la defiendo.
Alguna vez, alguien
también me dijo en referencia a ofrecer a las editoriales el libro maquetado: “Bueno,
tal vez a la editorial no le gustan las ilustraciones”. Puedo decir, con mucho
orgullo, que esto nunca me pasó, y aunque sucediera, vale la apuesta.
Después, o mientras voy craneando el libro con el ilustrador, está el trabajo con el editor.
Después, o mientras voy craneando el libro con el ilustrador, está el trabajo con el editor.
No siempre
tenemos la suerte de encontrarnos con buenos editores, pero es también nuestra
tarea ir en buscar de los mejores. Para mí un buen editor es alguien que te
deja trabajar con libertad, pero que también te hace ver cosas que vos no podés
ver, porque estás tan metido en el laburo que perdés perspectiva. El trabajo de
un buen editor es ver eso que vos no ves, la vuelta de tuerca que necesitás
para sacarle el lustre. Alguien que puede argumentarte el porqué de lo que te
pide, alguien que sabe mucho también de esos tres lenguajes y entonces va a
exprimir esa historia al máximo.
Un libro es un objeto. Tan sencillo y complejo como eso. Se toca -por
eso no desapareció y no va a desaparecer- hay algo primario, primitivo que nos liga al libro, no solo a la
lectura, al libro como objeto, que se me mira y se toca, hasta se huele, y es
todo eso, todo junto: el tamaño, el papel, las imágenes, el texto, el diseño.
Para
último, como en la vida, un libro también necesita de un poco de suerte para
que le vaya bien encontrando a sus lectores, pero antes que nada, necesita que
hayamos hecho lo mejor posible por contar esa historia, con todos los recursos disponibles.
La apuesta
es esa. A veces nos sale mejor y a veces peor, vamos aprendiendo de los errores,
pero la idea es crecer e intentar hacer, cada vez, mejores libros para chicos.